Esta instalación escenográfica fue concebida como una metáfora visual de la tensión entre vida, muerte y transmutación. Inspirada en la idea de la naturaleza muerta, se diseñó un entorno boscoso surrealista donde los árboles adquieren formas híbridas con cabezas de venados, ardillas y otros elementos animales. Dos venados principales, colocados en el centro de la escena, aparecen heridos por flechas, evocando una narrativa de sacrificio, fragilidad y transformación.
El color morado domina la atmósfera como símbolo de muerte y transmutación espiritual, envolviendo la escena en un aura onírica y mística. El suelo fue cubierto completamente con crispetas de maíz, una elección intencional que dialoga con lo efímero y lo perecedero, reforzando el concepto de lo transitorio.
La construcción de los árboles y demás estructuras partió de bases en madera, recubiertas con icopor para permitir un tallado manual que otorgara texturas orgánicas. Posteriormente se aplicó una cobertura con papel kraft y engrudo, seguido de un cuidadoso proceso de pintura y sellado que les dio vida visual y durabilidad escénica.
Esta pieza formó parte de un proceso colectivo de creación, donde el arte, la técnica y la simbología se unieron para generar una experiencia estética cargada de significado.